Me peleé con el amor de mi vida, el único al que amé con tanta pasión. Lloré tanto... era un dolor irreparable, sentía que se me había partido el alma en mil pedazos y que ya nada tenía sentido. Tenía ganas de morir, de caer en un pozo, de correr y correr, volar, volar fuera de este mundo. Todo dejó de importarme, la vida se me iba en lágrimas. Dormía todo el tiempo, quería que el tiempo pasara rápido... pero el maldito parecía no tener apuro. Las horas se me hicieron eternas, las semanas parecían meses y los meses, años. No me entraba en la cabeza qué había pasado... no entendía nada. Y ahora, después de pasados casi siete meses, si bien estoy repuesta, no sé si puedo explicar con exactitud que fue lo que nos separó. Para mi él siempre va a ser el amor de mi vida, no existirá otro igual, no importa lo que venga después. Lo bueno es que ahora, puedo verlo sin sentirme mal, sin dolor en el alma... pero diciéndole con la mirada lo mucho que lo sigo amando, y lo mucho que siempre lo amaré. Por siempre en mi corazón.
Mío, en la espesura del viento, en la inmensidad de la noche y la infinidad de las estrellas. Mío, a través del tiempo, sin importar los cambios y el final de esta historia. Mío, dentro de mi cuerpo, dentro de mi alma, amándolo como si no quedara nada más para amar, amándolo como el primer día, amándolo como si fuese el último. Mío, aunque el mundo me demuestre lo contrario... siempre será mío, en lo más profundo, recóndito, y en lo más secreto de mi alma. Mío como jamás otro lo fue, como jamás otro podrá serlo.
Imagen: Lauri Blank