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Listas (III)



Fue hacia el botiquín, que estaba sobre el lavabo, contra la pared. Abrió la puerta de espejo y dio un repaso a los congestionados estantes con la mirada —o más bien, el bizqueo magistral— de un experto jardinero de botiquín. Ante ella, en exuberantes hileras, se extendía una legión, por así decirlo, de dorados productos farmacéuticos, amén de varios utensilios técnicamente menos indígenas. En los estantes había yodo, mercurocromo, cápsulas de vitaminas, seda dental, aspirina, Anacina, Bufferin, Argirol, Musterole, Ex-Lax, leche de magnesia, Sal hepática, Aspergum, dos navajas Gillette, una navaja inyectora Sckick, dos tubos de crema de afeitar, una foto curvada y algo rota de un grueso gato blanco y negro dormido sobre la baranda de un porche, tres peines, dos cepillos, una botella de ungüento Wildroot para el cabello, una botella de Eliminador de caspa Fitch, un frasco pequeño, sin etiqueta, de supositorios de glicerina, gotas para la nariz Vicks, Vicks VapoRub, seis pastillas de jabón de Castilla, los fragmentos de tres entradas para una comedia musical de 1946 (Llámame Mister), un tubo de crema depilatoria, una caja de Kleenex, dos conchas de mar, un surtido de limas usadas, dos tarros de crema limpiadora, tres pares de tijeras, una canica azul sin defectos (conocida por los jugadores de canicas, al menos en los años veinte, como una «pieza pura»), una crema para cerrar los poros, un par de pinzas, el chasis sin cadena de un reloj de pulsera femenino, una caja de bicarbonato de sosa, un anillo de internado femenino con un ónice resquebrajado, una botella de Stopette, e, inconcebiblemente o no, muchas cosas más.

Franny y Zooey, J. D. Salinger

Listas (II)



La sala de estar de los Glass no podía estar menos preparada para que repintaran sus paredes. Franny Glass yacía dormida sobre el canapé, tapada con una manta; la alfombra «de pared a pared» seguía en su lugar, y ni siquiera había sido doblada por los bordes; y los muebles —al parecer, el contenido de un pequeño almacén— se encontraban en su habitual distribución estático-dinámica. La habitación no era de un tamaño impresionante, ni siquiera según el promedio en las casas de apartamentos de Manhattan, pero el mobiliario allí reunido podría haber prestado un aspecto acogedor a una sala de banquetes del Valhalla. Había un piano de cola Steinway (invariablemente abierto), tres radios (una Freshman de 1927, Una Stromberg-Carlson de 1932 y una RCA de 1941), un televisor de veintiuna pulgadas, cuatro fonógrafos de mesa (incluyendo una Victrola de 1920, con el altavoz encima, todavía montado), gran cantidad de mesas llenas de revistas y cigarrillos, una mesa de ping-pong de tamaño de reglamento (afortunadamente rota y almacenada detrás del piano), cuatro sillas cómodas, ocho sillas incómodas, un acuario de cincuenta litros para peces tropicales (lleno hasta rebosar, en todos los sentidos de la palabra, e iluminado por dos bombillas de cuarenta watios), un sofá para dos, el canapé ocupado por Franny, dos jaulas vacías, un escritorio de madera de cerezo y un surtido de lámparas de pie, lámparas de mesa y lámparas de bridge, que surgían por todo el congestionado ambiente como zumaque. Unas estanterías de altura equivalente a la de la cintura cubrían tres paredes, atestadas literalmente de libros, libros infantiles, libros de texto, libros de segunda mano, libros del Club del Libro, además de los excedentes aún más heterogéneos de «anexos» menos comunales del apartamento (ahora Drácula se encontraba al lado de Pali elemental, Los aliados juveniles en el Somme al lado de Relámpagos de mediodía. El caso del asesinato del escarabajo y El idiota estaban juntos. Nancy Drew y la escalera escondida se hallaba encima de Miedo y temblor.) Incluso si un equipo resuelto de pintores, dotados de un corazón fuerte, hubiese sido capaz de entenderse con las estanterías de libros, las propias paredes, directamente tras ellas, hubieran hecho devolver su tarjeta del sindicato a cualquier artesano que se respetara. Desde la parte superior de las estanterías hasta unos centímetros por debajo del techo, el yeso —de un verrugoso azul Wedgwood, donde era visible— estaba completamente cubierto por lo que podría llamarse muy libremente «objetos colgantes», refiriéndose a una colección de fotografías enmarcadas, amarillenta correspondencia personal y presidencial, placas de bronce y plata, y una miscelánea irregular de documentos de aspecto vagamente honorífico y objetos semejantes a trofeos de diversos tamaños y formas, todos ellos atestiguando, de un modo u otro, el formidable hecho de que a partir de 1927 y hasta casi finales de 1943, el programa de radio llamado «Es un niño sabio» se había emitido raramente sin uno (y, más a menudo, dos) de los siete niños Glass entre sus concursantes. El sistema de decoración de las paredes era, de hecho, —con la sanción espiritual sin reservas de la señora Glass y su eternamente tácito consentimiento formal-invento del señor Les Glass, padre de los niños, antiguo actor de vodevil y, sin duda, admirador inveterado y nostálgico de la decoración de las paredes del restaurante teatral de Sardi. Tal vez el golpe más inspirado del señor Glass como decorador se manifestara justamente detrás y encima del canapé donde la joven Franny Glass se encontraba durmiendo en estos momentos. Allí, en una yuxtaposición casi incestuosamente íntima, habían sido adosados por los lomos, directamente al yeso, siete álbumes de recortes de periódicos y revistas. Era evidente que año tras año los siete álbumes habían sido examinados o consultados tanto por los viejos amigos de la familia como por visitantes casuales, y también, presumiblemente, por la mujer de la limpieza.

Franny y Zooey, J. D. Salinger

Las fotos son de Hanna y sus hermanas de Woody Allen, el ambiente de la casa de Hannah me recuerda la de los Glass por su calidez y porque los padres de Hannah son antiguos actores de vodevil como los de los Glass.

El ego

No tengo miedo de competir. Es justamente lo contrario. ¿No lo comprendes? Me da miedo ver que acabaré compitiendo, eso es lo que me asusta. Por eso dejé el curso de teatro. Precisamente porque estoy tan horriblemente condicionada a aceptar los criterios de los demás, me admire, pero eso no lo justifica. Me avergüenzo de ello. Me da náuseas. Me asquea no tener el valor de no ser nadie en absoluto. Me da asco de mí misma y de todos los que quieren causar sensación.

(…)

No paras de hablar del ego. Dios santo, solamente el propio Cristo podría decidir qué es ego y qué no lo es. Este es el universo de Dios, hermana, no el tuyo, y El tiene la última palabra respecto a lo que es ego y lo que no lo es. ¿Qué me dices de tu amado Epicteto? ¿O de tu amada Emily Dickinson? ¿Pretendes que tu Emily, cada ver que sienta el impulso de escribir un poema, se siente a orar hasta que se le pase ese impulso tan feo y egoísta? No, ¡claro que no! Pero te gustaría que a tu buen amigo el profesor Tupper le privaran de su ego. Eso es diferente. Y puede que lo sea. Puede que sí. Pero no te pongas a gritar contra los egos en general. En mi opinión, si deseas saberla, la mitad de todo lo desagradable que hay en este mundo está provocado por la gente que no usa su verdadero ego. Por ejemplo, tu profesor Tupper. Por lo que dices de él, me apostaría casi cualquier cosa a que eso que utiliza, eso que tú consideras su ego, no es realmente su ego, sino otra facultad mucho más sucia y menos básica. Dios santo, has estado suficiente tiempo en colegios para conocer el paño. Rasca a un maestro incompetente (o a un catedrático, si a eso vamos) y la mitad de las veces encontrarás a un mecánico de primera o a un maldito albañil desplazados. Fíjate en LeSage, por ejemplo, mi amigo, mi empresario, mi Roma de la Avenida Madison. ¿Crees que fue su ego el que le metió en la televisión? ¡Y un cuerno! Ya no tiene ego, si es que lo tuvo alguna vez. Lo ha dividido entre sus aficiones. Que yo sepa, tiene por lo menos tres aficiones, y todas relacionadas con un taller de diez mil dólares instalado en su sótano, lleno de herramientas eléctricas y tornos y Dios sabe qué. Nadie que realmente este usando su ego, su verdadero ego tiene tiempo para absurdas aficiones.


Franny y Zooey, J. D. Salinger

Franny y Zooey - J. D. Salinger

“Los libros que de verdad me gustan son esos que cuando acabas de leerlos piensas que ojalá el autor fuera muy amigo tuyo para poder llamarle por teléfono cuando quisieras. Por ejemplo, Servidumbre humana de Somerset Maugham… Pero nunca se me ocurriría llamar a Somerset Maugham por teléfono. No sé, no me apetecería hablar con él. Preferiría llamar a Thomas Hardy. Esa protagonista suya, Eustacia Vye, me encanta.”
El guardián entre el centeno. J. D Salinger
Con Eric Rohmer posiblemente me hubiera gustado tener una conversación telefónica, o mejor quizás escribirle. Por lo poco que sé del recientemente fallecido Salinger se me antoja un hombre más bien maniático y difícil. Sería mejor dejarle en paz en la soledad que había elegido y no llamarle por teléfono. Tampoco hace falta, con sus libros hay temas de sobra para la meditación.
En “El guardián entre el centeno” hay partes que me gustaron mucho como la relación de Holden con su hermana Phoebe. Pese a todo Holden siempre me pareció un poco irritante por su falta de comprensión de los fallos humanos. Me resultaba pesado quejándose todo el tiempo de todo y de todos. Por eso mi novela corta preferida de Salinger es “Franny y Zooey”. Franny, la protagonista es incapaz de aceptar los defectos de los demás como Holden, pero el final es positivo.
Los protagonistas son miembros de la familia Glass que aparecen en otros cuentos de Salinger. Los padres son antiguos actores de vaudeville y sus hijos, los siete hermanos Glass fueron niños prodigio y participaron sucesivamente durante años en un programa de televisión llamado “Es un niño sabio”. Franny Glass es una universitaria de 20 años que tras una crisis nerviosa se refugia en su casa donde gracias a su hermano Zooey se enfrenta a sus problemas. Franny esta disgustada por la conformidad, la falsedad y el ego. La conclusión viene a ser que no hay porque odiar a la gente aunque este llena de ego porque todos somos humanos al fin y al cabo. Pero entre medias se tratan muchos otros temas interesantes como:

Religión
Salinger profundizó en sus estudios sobre el Budismo y otras religiones. En Franny y Zooey muestra las similitudes entre la religión judeo cristiana y las religiones orientales.

Conformidad
La gente se preocupa por lo que los demás puedan pensar sobre ellos y ansían aceptación. No sólo los burgueses, los bohemios que se creen diferentes también intentan hacer lo correcto para no parecer vulgares como leer a Flaubert.
“Quiero decir que si fuera una chica, alguien de mi dormitorio, por ejemplo, habría estado pintando decorados en una compañía de repertorio todo el verano. O habría recorrido Gales en bici. O habría cogido un apartamento en Nueva York y habría trabajado para una revista o una agencia de publicidad. Es todo el mundo, quiero decir. Todo lo que hace la gente es tan…, no sé…, no es malo, ni siquiera mezquino, tampoco estúpido necesariamente. Simplemente tan minúsculo e insignificante, y deprimente. Y lo peor es que si te vuelves bohemio o algo así de loco, sigues siendo tan conformista como los demás, sólo que de un modo diferente.”

Conocimiento y sabiduría
Franny echa de menos la búsqueda de la belleza y la sabiduría en la universidad. Los poetas que dan clase en su facultad no crean belleza en su opinión. También piensa que la acumulación del conocimiento no es mejor que la acumulación de riquezas. No sirve para nada si no conduce a la sabiduría.

Egocentrismo y creatividad
Franny odia el ego y desea encontrar "el valor de no ser absolutamente nadie". Zooey opina que algunos egos son buenos puesto que hacen la creatividad posible.

Como Wes Anderson ha reconocido “The Royal Tenenbaums” tiene muchas conexiones con “Franny y Zooey” como esta escena del baño que aparece en la imagen.