Mostrando entradas con la etiqueta Hannibal Lecter. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Hannibal Lecter. Mostrar todas las entradas

Piedras de Florencia






El pueblo tenía la creencia, incluso en el presente siglo, de que en las estatuas había espíritus encerrados. La estatua de Neptuno obra de Ammannati, que está en la fontana de la Piazza Della Signoria, es conocida como “Il Biancone”, el “gran hombre blanco”, entre la gente pobre, que solía decir que era el poderoso dios del río Arno convertido en estatua por haber despreciado, como Miguel Ángel, el amor de las mujeres. Cuando a medianoche la luna llena cae sobre él, según se cuenta, cobra vida y se pasea por la Piazza conversando con las otras estatuas. El David de Miguel Ángel, antes de convertirse en estatua, era habitualmente conocido como “El gigante”. Era un gran bloque de mármol de unos cinco metros y medio de altura que Agostino di Duccio había echado a perder; singularizado por la fantasía popular, permaneció durante cuarenta años en los talleres de la catedral, hasta que Miguel Ángel convirtió al gigante en el Matador de gigantes, es decir, en una imagen patriótica del pequeño país que derrota a sus adversarios, más grandes que él. Se decía que habían sido los gigantes los constructores del gran muro de piedra etrusco de Fiesole, y en Florencia se contaban muchas historias de hermosas doncellas que habían sido convertidas en estatuas de blanco y puro mármol.

La Piazza Della Signoria evoca el mundo antiguo, más que ninguna otra plaza de Italia, no sólo por las colosales estatuas divinizadas, el David, el Neptuno (del que dijo Miguel Ángel, “Ammannato, Ammannato, che bel marmo hai rovinato”, aludiendo al estropicio perpetrado en el mármol por el inepto escultor) y el horrible Hércules y Caco, sino también por la sobria Loggia dei Lanzi, con sus tres amplios y elegantes arcos y sus apretados grupos escultóricos de bronce y mármol. Algunos de ellos son de las antiguas Grecia y Roma; otros son renacentistas; otros pertenecen al período manierista, y hay uno del siglo XIX. Y sin embargo no hay falta de armonía entre ellos; parecen todos de una pieza, una experiencia continua, una moneda periódicamente acuñada de nuevo. Evocan un mundo sanguinario. Casi todos los grupos están luchando. El Perseo de bronce de Cellini, cubierto con un casco, aparece sosteniendo en alto la cabeza chorreante de Medusa, mientras yace a sus pies su cuerpo repugnante; Hércules, obra de Giambologa, está luchando con Neso, el centauro ; Áyax hecho a imitación de un original griego del siglo IV d. C. sostiene el cadáver de Patroclo. Está también el Rapto de las Sabinas, de Giambologna; el Rapto de Polixena, de Pio Fedi (1886), y Germania conquistada, una estatua de mujer romana, una de la larga hilera de figuras de matronas romanas que ocupa la pared posterior, como un coro de plañideras. Dos leones –uno griego, el otro una copia del siglo XVI- flanquean esos grupos escultóricos, que están retorciéndose, enroscándose, hiriéndose, cayendo y expirando sobre sus imponentes pedestales. A poca distancia, en la entrada del Palazzo Vecchio, Judith, de Donatello, exhibe la cabeza de Holofornes y en el patio Sansón forcejea con un filisteo. Abajo en la plaza Cosimo I monta un caballo de bronce.
Esta plaza, dominada por el Palazzo Vecchio, la antigua sede del gobierno, posee una belleza austera y viril, que la tosquedad de alguno de los grandes grupos de mármol no menoscaba. La cruel torre del Palazzo Vecchio punza el cielo como una aguja hipodérmica de piedra; en las estatuas de abajo, las pasiones están representadas en situaciones extremas, como si la disputa y la discordia no pudieran llevarse más lejos. En cualquier otra plaza de cualquier otra ciudad, la alineación de escenas sanguinarias de la Loggia dei Lanzi (llamada así por los lanceros suizos de Cosimo I, que montaban guardia allí para espantar a los ciudadanos) crearía un efecto de terribilitá o de voluptuoso horror, pero el espíritu clásico florentino las ha puesto en fila bajo un porche de arcos refinados y perfectos (1376-1381), que parecen poner un techo o un límite a la aflicción.

Piedras de Florencia, Mary McCarthy



Foto de la Loggia dei Lanzi y capturas de Una habitación con vistas y Hannibal.

Bibliotecas y bibliotecarios en el cine


















Bibliotecas: Un ángel en mi mesa
Janet Frame es una escritora neozelandesa muy conocida en su país. En España se la conoce más por la película “Un ángel en mi mesa” de Jane Campion basada en su autobiografía de mismo título. Janet Frame provenía de una familia humilde, su padre era ferroviario. Estudió para maestra, pero diagnosticada erróneamente como esquizofrénica tuvo que vivir en varios manicomios y recibir numerosos tratamientos de electroshock. En 1954 cuando la iban a someter a una lobotomía tuvo la suerte de que uno de los cirujanos leyó en las noticias que le había sido concedido uno de los premios literarios más prestigiosos de su país. En ese momento decidió que Janet se quedaría como estaba.
La película me parece excelente, mejor que El piano de la misma directora que encuentro algo sobrevalorada. Una de mis partes favoritas es cuando a Janet Frame niña le conceden como premio en el colegio libre acceso al Ateneo. En ese momento ella pregunta ¿Qué es el Ateneo? A continuación aparece paseándose por las estanterías de la biblioteca y cogiendo libros prestados para toda su familia. Ella se queda con un libro de cuentos de los hermanos Grimm que luego escenifica con sus hermanas.
BibliotecariosEntre los bibliotecarios se podría destacar a Hannibal Lecter que aspira al puesto de bibliotecario de la Fundación Capponi. Lecter es designado por sus amplios conocimientos de italiano, su erudición en lo referente al Renacimiento y a Dante. Finalmente las circunstancias truncaran su recién iniciada carrera profesional.
En El nombre de la rosa William de Baskerville y su ayudante Adso investigan la serie de extraños asesinatos que tienen lugar en una abadía de los Alpes. Cobra protagonismo la biblioteca de la abadía custodiada por un oscurantista monje español Jorge de Burgos. Se van sucediendo las muertes de personajes cercanos a la biblioteca como Adelmo da Otranto ilustrador, Venancio de Salvemec, traductor y de los ayudantes de la biblioteca Berengario de Arundel y Malaquías de Hildesheim.
Y llegamos a mi bibliotecario favorito Loic de Cuento de invierno, pero de él ya hablare más adelante cuando dedique una entrada a la película.