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La estación



Como todos los que han vivido mucho tiempo en una gran ciudad, Margaret experimentaba unos sentimientos muy intensos en las estaciones terminales. Son las puertas de lo glorioso y lo desconocido. Por ellas se parte hacia la aventura, hacia el sol; por ellas, ay, se regresa. En Paddington laten Cornualles y la costa occidental; en las rampas de Liverpool Street se agitan las marismas, y el extranjero ilimitado; Escocia se oculta en los pilares de Euston; Wessex, más allá del caos de Waterloo. Entendiéndolo así, los italianos que tienen la desgracia de trabajar como camareros en Berlín llaman a la Anhalt Bahnholff la Stazione d´Italia, porque desde allí regresan a sus hogares. Y no hay un londinense que no confiera a sus estaciones una cierta personalidad y no haga extensivas a ellas, siquiera un poco, sus sensaciones de amor y miedo.
A Margaret –y espero que esto no predisponga al lector en su contra- la estación de King´s Cross siempre le había sugerido el infinito. La misma situación de la estación, oculta tras el fatuo esplendor de Saint Pancrass, llevaba implícita una reflexión sobre el materialismo de la vida. Los dos grandes arcos descoloridos, indiferentes, sostén de un desangelado reloj, eran los soportales de una eterna aventura, cuyo objetivo podía ser triunfal, pero que no se expresaba en términos de triunfo. Si el lector considera todo esto ridículo, debe recordar que no es Margaret quien se lo cuenta.
Howards End, E.M. Forster

Citas comentadas de Howards End


-Tanto tú, como yo, como los Wilcox, vivimos sobre el dinero como sobre una isla. Está tan segura bajo nuestros pies que olvidamos su misma existencia. Sólo cuando vemos tambalearse a alguien junto a nosotros nos damos cuenta de lo que significa una renta. Ayer noche, mientras hablábamos aquí, junto al fuego, yo empecé a pensar que el alma del mundo es la economía, y que el abismo más profundo no es la falta de amor, sino la falta de dinero.(...) Pero Helen y yo deberíamos recordar, cuando sentimos la tentación de criticar a los demás, que ambas vivimos sobre esas islas, y que la mayor parte de las personas viven bajo la superficie de las aguas. Los pobres no siempre pueden alcanzar a las personas que aman y difícilmente pueden huir de aquellos a quienes ya no aman.
Creo que Margaret tiene razón, solamente a partir de la seguridad económica se puede empezar a pensar en las necesidades de autorrealización a las que se refería Maslow en su pirámide. Si no sabes si vas a comer mañana, sólo piensas en eso.
La segunda parte me recuerda el comienzo de “El gran Gatsby” cuando el narrador dice que su padre le dio un consejo que ha seguido siempre “Cada vez que te sientas inclinado a criticar a alguien –me dijo- ten presente que no todo el mundo ha tenido tus ventajas...”.
-Insisto –prosiguió Margaret con una sonrisa-, y no lo digo con intención didáctica. Me limito a expresar lo que pienso. Yo creo que durante los últimos cien años los hombres han desarrollado el deseo de trabajar y no hay que dejar que ese deseo se extinga. Es un deseo nuevo. Muchos lo consideran malo, pero es bueno en sí mismo y espero que pronto el “no trabajar” sea algo tan sorprendente para las mujeres como el “no estar casada” lo era hace un siglo.
-No tengo experiencia respecto a este profundo desea a que aludes –enunció Tibby.

Por una vez estoy en desacuerdo con Margaret, yo como Tibby tampoco tengo experiencia respecto a ese profundo deseo. La vida de los ociosos aristócratas franceses del siglo XVIII me parece mucho más deseable. Dedicados al arte de la conversación, la escritura de cartas, las fiestas y las relaciones peligrosas. Si nos ponemos más revolucionarios y utópicos también tenemos a Paul Lafargue, el yerno de Karl Marx. Lafargue en su libro “El derecho a la pereza” defiende como derecho del proletariado el ocio que es lo que realmente nos realiza. Por ingenuas e irrealizables que sean las propuestas del libro, la idea que subyace de reducir la jornada laboral gracias a las maquinas resulta muy apetecible. Y revolucionaria también, porque incluso en España ha calado la ética calvinista y los ricos ociosos son mirados con disgusto desde púlpitos de virtud. No comparto ese disgusto, si me tocará la lotería yo tampoco trabajaría mucho.

Disgresiones en torno a Howard's End


La cultura como medio o como fin en sí misma es un tema muy sugerente en Howard's End. Para Leonard Bast la cultura no es sólo un medio de avance social, también parece guiarle un ideal romántico de búsqueda de la belleza. Espera la revelación de algo más profundo a lo que piensa sólo tienen acceso los que disponen de dinero y tiempo de ocio. Leonard por el contrario se siente limitado por su falta de tiempo y recursos para cultivarse.
Actualmente el aprendizaje es más fácil que nunca para el autodidacta. Se pueden tomar prestados libros, cds y dvds gratis en las bibliotecas públicas, acudir a exposiciones y museos también gratuitamente o con reducciones algún día por semana. Sin embargo, ya no hay tantos Leonard Bast en la clase trabajadora porque el reconocimiento social que hoy se deriva de la cultura es escaso.
Por ejemplo, el acceso a la universidad que hace pocos años era la común aspiración de muchos como forma de progresar en la vida, ya no lo es. Un título universitario no equivale ya a un pasaporte a un trabajo seguro y bien remunerado, ni siquiera es ya un seguro contra el desempleo. Y el conocimiento actualmente es sólo reconocido cuando sirve a un uso. Los medios de comunicación incitan al consumo, el valor supremo es el éxito entendido como consecución de bienes materiales. El conocimiento ya no es un valor importante en sí mismo.

Howard's End y Bobos en el paraísoTambién es interesante notar el cambio que se ha producido en la clase intelectual y empresarial desde principios del siglo XX. En “Bobos en el paraíso” (Bobos in Paradise) David Brooks describe las nuevas elites que aunan lo burgués y lo bohemio (bohemian-bourgeois). Eso no significa que no existan Wilcox, sino que una parte importante de las nuevas elites no se resigna a ser considerada materialista y carente de sensibilidad. Estos bobos surgidos de la meritocracia, fueron rebeldes en la universidad y mantienen algunos de sus viejos valores. Se distinguen por su consumo apostando por la sencillez y la sostenibilidad ecológica, aunque estos gustos pueden ser también muy caros. Dan más importancia a la creatividad dentro de la empresa y a la vez mantienen los ideales de disciplina y productividad. ¿Se trata quizás de lo que Forster llamaba “conectar”?.

Howard's End


Howard's End trata sobre tres familias: la rica burguesía dedicada a los negocios representada por los Wilcox (Henry Wilcox, su esposa Ruth y sus hijos Charles, Evie y Paul), la clase media-alta culta e intelectual representada por los hermanos Schlegel (Margaret, Helen y Tibby) y la clase media-baja representada por el oficinista Leonard Bast y su amante Jacky. Se exploran diversos temas como la oposición entre materialismo e idealismo, emoción contra pragmatismo, la relación entre clases sociales y los vertiginosos cambios sociales que experimenta Inglaterra a principios del siglo XX.
La lectura de esta novela puede suscitar muchísimos debates interesantes sobre temas y personajes. Margaret y Helen han sido comparadas en ocasiones con Elinor y Marianne Dashwood de “Sense and Sensibility” y es verdad que existen bastantes semejanzas. Margaret como Elinor es flexible y sensata. Helen como Marianne es emocional y apasionada. Pese a todo, las Schlegel me parecen personajes más complejos e interesantes que las Dashwood. El pensamiento de Margaret y Helen es libre e inconformista, ellas se revelan y cuestionan las convenciones sociales en distintas ocasiones a lo largo de la novela, Elinor y Marianne nunca.
Margaret y Helen son idealistas e impulsivas, pero Helen dramatiza y cae en los extremos. Entiendo la estupefacción de Helen ante el matrimonio de Margaret porque Henry Wilcox representa todo lo que Margaret y ella desdeñan más en el mundo; el materialismo, la falta de imaginación y de compasión. Él a su vez desprecia lo que ellas valoran; las relaciones personales, el arte, el pensamiento... Parece increible que Margaret pueda enamorarse de Mr. Wilcox. La clave podría encontrarse en que Margaret valora cosas que no cuentan para Helen como la necesidad del trabajo y la energía de gente como los Wilcox para la consecución del progreso material que finalmente beneficia a los Schlegel. Margaret cuenta además con cambiar a su marido y hacerle conectar pasión y prosa. Esta en un error porque una persona sólo cambia cuando desea hacerlo y Henry esta satisfecho consigo mismo. Sólo la tragedia final le hunde y le obliga a cambiar.
El carácter de la casa es definido para Margaret por sus habitantes y por la conversación. En la película de Ivory la ambientación que le han dado a la casa de los Schlegel es un gran trabajo. Refleja perfectamente la personalidad de sus habitantes cálida, culta y acogedora. Esta llena de arte, de libros y de herencias familiares (además de tener un impecable juego de té de plata, tan típicamente inglés). Es una de las casas de cine que más me gusta.

En este blog se van mostrando las distintas casas que aparecen en la película y las fotos (capturas de pantalla) son muy buenas.