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Daniel y Adrien



DANIEL
Daniel Pommereulle que presta su persona a nuestra historia- es uno de esos pintores que en los años sesenta abandonaron el pincel y se lanzaron a la fabricación de objetos. El crítico Alain Joufroy les llama los “Objecteurs”, y bajo ese nombre les ha dedicado un artículo en la revista Quadrum. Estamos en 1966. Y precisamente Jouffroy está de visita en casa de Daniel. Admira una de sus últimas creaciones: un potecito de pintura amarillo sobre el que ha fijado unas hojas de afeitar. Lo coge y lo hace girar en su mano. Comenta:

- Cada uno debe llegar hasta sus propios límites. Las personas que no llegan a sus propios límites son como los versalleses que asedian a las personas que llegan hasta sus propios límites. Las personas que van hasta sus propios límites están obligatoriamente asediadas, son obligatoriamente agresiva… Por ejemplo, esto es perfecto. No se puede hacer nada mejor. Es lo Único, que sustenta su causa en nada, y que está rodeado… ¡Ay!...
Se ha cortado. Una gotita de sangre brota de su pulgar.
- …por su propio pensamiento como por unas hojas de afeitar. Es imposible de sostener: ¡ahí está la prueba!
Daniel sonríe:
- Está hecho adrede.
- ¿Te gusta que la gente se corte con tu pintura?
- Sí, pero no tú. Tú eres un filo, no tiene que cortarte.
- No me molesta cortarme. Sólo frecuento personas peligrosas. Tú me haces pensar en la elegancia de la gente de finales del siglo XVIII que estaba extremadamente preocupada por su apariencia, por el efecto que producía en los demás… Ya era el inicio de la Revolución: la elegancia crea una especie de vacío en torno a la persona…

Contempla a Daniel, que lleva, sobre una camisa azul marino una corbata de lana de vivo color amarillo. Continúa:

- …Tú también creas este vacío en torno a tu persona. Lo creas con tus objetos, pero podrías prescindir perfectamente de ellos. Las hojas de afeitar son la palabra. También puede ser el silencio… Puede ser la elegancia: un determinado amarillo…




ADRIEN
Se habla del Amor y de la Belleza. Ambas tienen sobre el tema una opinión diametralmente opuesta. Aurélia afirma que se ama a alguien porque se le encuentra bello, Jenny que se le encuentra bello porque se le ama. Adrien se inclina a favor de esta última opinión:
- Un hombre puede ser muy feo y tener una gracia infinita. Si se le ama, su fealdad se convierte automáticamente en belleza.
- Yo –dice Aurélia-, si encuentro feo a alguien, no hay gracia que valga. Nada es posible. Ha terminado inmediatamente.
- ¿Terminado qué? –pregunta Jenny.
- ¡Cualquier cosa! Incluso unas relaciones muy superficiales. Incluso tomarse una copa cinco minutos con él. No puedo: si es feo, me voy… ¿Usted podría tener relaciones amistosas con alguien que encontrara feo?
- Pero la fealdad y la belleza no intervienen en mi amistad. Si soy amiga de alguien, no le veo ni feo ni guapo.
- No se siente amistad en cinco minutos. Hay que verse varias veces. ¿Cómo consigue ver varias veces a una persona que encuentra fea? Yo me escapo. ¡No es posible!
- No se trata de fealdad. Entre la multitud de personas que son bellas, yo sólo me siento interesada por aquellas que tienen algo más allá de su belleza. Si viera a alguien de una belleza absoluta, me aburriría.
- Cuando digo bello, no me refiero a la belleza griega. La belleza absoluta no existe. Para que yo encuentre bello a alguien, basta a veces con una cosa de nada: podría bastar algo entre la nariz y la boca.
- Por consiguiente –dice Adrien-, cualquiera tiene una posibilidad de gustarte.
- ¡No!
- Una posibilidad al menos.
- ¡Ah, no! Ahí está el drama. Encuentro a poquísimas personas bellas. Eso me limita increíblemente en mis relaciones, porque cuando las personas me repugnan no las vuelvo a ver. Ahora bien, como hay muchas personas que me repugnan…
- ¿Y nunca ocurre –dice Jenny-, que cambie de opinión?
- No. Por ejemplo, la primera cosa que pregunto si vamos a cenar a casa de alguien no es: “¿qué hace?” Pregunto: “¿es guapo?”
- ¿Y las personas feas –pregunta Adrien-, están irremediablemente condenadas?
- Sí.
- ¿A la hoguera con ellas?
- Sí, se lo merecen. La fealdad es un insulto para los demás. Uno es responsable de su físico. Por ejemplo, la nariz se mueve o envejece según la manera de hablar, o de pensar. Por otra parte, cuando yo hablo de belleza, no me refiero a una belleza inmóvil: los movimientos, la expresión, la manera de andar, todo cuenta…
Seis cuentos morales (La coleccionista), Eric Rohmer