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Venecia (I)







Venecia, a diferencia de Roma, Rávena o la cercana Verona, no poseía en un principio nada de su propiedad. Venecia, como ciudad, era un expósito que flotaba sobre las aguas cual Moisés en su cesta entre los juncos. Por tanto, se vio forzada a ser inventiva, a robar e improvisar. La inteligencia y la capacidad de adaptación vinieron impuestas por la situación original, y el ímpetu de los primeros hombres de negocios venecianos era típico de una sociedad hecha a sí misma. La iglesia de San Marcos constituye (literalmente) un ejemplo brillante de este espíritu de iniciativa, de este don para la improvisación, para sacar provecho de todo. Está hecha de ladrillo, como la mayoría de las iglesias venecianas, pues era el material más sencillo de conseguir. Su belleza exterior obedece a los delgados revestimientos en imitación mármol con los que está recubierta la superficie del ladrillo, como si se tratara de un mueble. Buena parte de estos mármoles, como las columnas y el revestimiento interior, fueron botines de guerra, y se dispusieron casi caprichosamente, verde con gris, y éstos a su vez con rojo, rosa o blanco veteado de rojo, sin otro principio estético que el placer visual inmediato. En el lado de la Piazzetta, esto causa el mismo efecto que la pintura abstracta. Era el arte de los nuevos ricos, más afín a la pintura que a la arquitectura (como diría tal vez Herbert Spencer), y aun así «funcionaba». Los recubrimientos en imitación mármol de los laterales de San Marcos, en especial cuando son rociados por la lluvia y adquieren una textura de seda oleosa, son una de las cosas más bellas de Venecia. Y es en su misma tenuidad, en la sensación de ser una mera envoltura lustrosa, donde estriba su belleza. Un palacio de mármol recio mojado por la lluvia parece simplemente empapado.
San Marcos en su conjunto, a menos que se contemple desde la distancia o al ponerse el sol, no es hermosa. Por lo común se acepta que los mosaicos modernos (del siglo XVII) son extremadamente feos, y en mi caso tampoco me gustan algunas de las estatuas góticas de los pináculos. Los caballos, los revestimientos que imitan el mármol de colores, la Madonna bizantina de la fachada, el viejo mosaico de la izquierda, las columnas de mármol del portal, las incrustaciones en oro de la parte superior, las cinco cúpulas grises con sus extraños ornamentos, como boliches para niños: son éstos los detalles que cautivan. En cuanto al resto, es mejor no mirar de cerca o todo empieza a resultar abigarrado, un batiburrillo, como han observado numerosos críticos. El conjunto no es bello y a la vez sí lo es. Depende de la luz y de la hora del día o de si entornamos los ojos para que parezca plan, una superficie pintada. Y puede cogernos desprevenidos con su belleza o una fealdad horripilante cuando menos lo esperamos. Venecia, decía Henry James, es tan variable como una mujer nerviosa, y esto es particularmente cierto de la fachada de San Marcos.

Venecia observada, Mary McCarthy

3 Vista de San Marcos de Canaletto
1, 2, 4 y 5 capturas de Las alas de la paloma de James Ivory