Cine de verano


En “La noche se mueve” un personaje dice que ver una película de Rohmer es como ver crecer la hierba. Y es que Rohmer es un gusto adquirido, su ritmo lento puede aburrir a muchos, puede chocar la ausencia de música y la deliberada carencia de artificio. Que guste o no guste Rohmer depende en gran medida de la capacidad de los espectadores para empatizar con los personajes, identificarse con ellos y reconocer en ellos a los que les rodean. El diálogo es la herramienta clave para revelar el interior, igual que los gestos cotidianos. Los personajes explican sus teorias sobre el amor, la filosofía, la belleza, la oposición campo-ciudad etc. El resultado es tan natural que la experiencia resulta casi voyeurística. Si algo se le puede reprochar son algunos de sus finales demasiado optimistas para ser realistas, pero eso también forma parte del encanto de Rohmer.

No podría decir si son obras maestras porque nunca intento juzgar objetivamente novelas o películas. Sé que me gustan porque algunos de sus elementos reflejan mis propios pensamientos y gustos. La estética de Rohmer contribuye a el gran placer que me proporcionan sus películas. Los entornos arquitectónicos y naturales estan cuidadosamente elegidos y se corresponden con los sentimientos de los personajes. Algunas de sus películas me parecen perfectas para ver en verano, sus paisajes ideales para pasar unas vacaciones provocan envidia. Lagos de aguas azules y cristalinas en “La rodilla de Clara” y “El amigo de mi amiga”; las playas de “Pauline en la playa”, “Cuento de verano” y “El rayo verde”; el campo en “Cuento de otoño”, “La coleccionista”, “Cuatro aventuras de Reinette y Mirabelle” y “El árbol, el alcalde y la mediateca”... Las calles de Clermont-Ferrand podrían ser de un pueblo español. La ropa que aparece en sus películas de los 80 y los 90 es muy similar a la que se llevaba en España en la misma época. En conjunto todo resulta muy cercano y familiar. Apenás pasa nada, no trata de grandes dramas, sino de experiencias y luchas internas semejantes a las que puede tener cualquiera.

Et in Arcadia ego


He vuelto a ver recientemente la serie de 1981, “Retorno a Brideshead” basada en la novela de Evelyn Waugh. También ha sido adaptada al cine hace poco. No he visto la película, pero creo que la miniserie es difícilmente superable por su fidelidad a la novela, su banda sonora y su cuidada ambientación. Es una de esas raras ocasiones en las que se puede decir que la adaptación refleja perfectamente la novela.
De algunos actores como poco se puede decir que estan correctos en su papel y de otros que sus interpretaciones son absolutamente impagables. John Gielgud como Edward Ryder el padre del protagonista, hace plena justicia al preciso e irónico manejo del lenguaje de su personaje. La serie le debe también algunas de sus escenas más cómicas a Nickolas Grace como el audaz esteta Anthony Blanche. Se pierde mucho si se ve doblada, es mucho mejor en mi opinión ver la versión original subtitulada en inglés o en español.
Visualmente es todo un espectáculo de suntuosos escenarios que traslada a un estilo de vida extinto. La costumbre de vestirse para cenar, esmoquin los hombres y traje largo las mujeres. La hora de los cócteles, oporto en la cena y vuelta a echar un traguito después, toda una prueba para el pobre Sebastian. Y como no, la caza del zorro, lo siento claro esta por el pobre animal, pero al ver la serie parece casi estar viviendo el vertigo de la velocidad cabalgando y saltando los muros de la campiña inglesa.
La serie se va ensombreciendo según avanza hacia el final que captura perfectamente la nostalgia por la juventud perdida y la decadencia de la aristocracia tras la guerra. La primera parte es mi favorita es el retrato de la idílica vida estudiantil en Oxford. Lo más proximo a Oxbridge que hemos tenido en España ha sido la Residencia de Estudiantes. He incluido la fotografia de Salvador y Ana María Dalí junto a la de la serie porque la relación Lorca-Dalí tiene también algo lejanamente reminiscente de Brideshead, aunque sólo sea por el osito, el juguete favorito de la infancia de Dalí y de Lord Sebastian Flyte.