Había escuchado hablar holandés.
Detrás de Aileen había un joven con el pelo rubio casi blanco y una mujer. Dirigió su atención hacia ellos. “¡Holandés! susurro. Aileen se volvió. “¿Y qué pasa por eso??” Van Bliet se restregó los ojos con la mano. Ningún extranjero lo entendería. Siempre le chocaba como algo curioso, casi asombroso, encontrar holandeses fuera de Holanda, donde debidamente pertenecían –como si fueran gentes de juguete salidas de una diminuta caja transparente donde vivían con su Reina y sus princesas y el Príncipe Bernard y Klaus y los tulipanes. En un poema había intentado expresar la idea de Holanda como un país imaginario, inventado por un escritor de viajes o un autor satírico convertido en narrador de cuentos para niños, en el que él mismo, pobre Henk, estaba condenado a haber nacido y a sentarse en un modelo a escala de Parlamento y a escribir desesperados versos que nadie sino otro holandés podría pronunciar o entender. Ser holandés era un cómico predicamento, más grotesco incluso que ser suizo. Ellos tenían relojes de pulsera y de cuco y queso con absurdos agujeros, en lugar de diques y molinos de viento y estrafalarios canales, pero al menos ellos tenían los Alpes como marca registrada en lugar de un país plano como el cuadro medieval del mundo, que no tenía ya credibilidad científica desde Colón y los navegantes.
Ninguna mente racional en este siglo podría creer en Holanda como un lugar real y encontrar holandeses fuera -en el mundo real- era una amenaza para la salud mental de cualquier holandés. Además, según fundamentos prácticos y también ontológicos, a Van Vliet no le importaba ser seleccionado como una pajita de un montón por desconocidos compatriotas de ojos perspicaces que tenían la ventaja de conocerle. “¡Van Vliet de Jonge! ¿Lo has visto?” la pareja detrás de él estarían diciéndose el uno al otro. En un pequeño país como Holanda, donde los principales salientes eran las antenas de televisión, era demasiado fácil ser una celebridad. Como líder de un nuevo partido a la izquierda del centro, era inevitable en la mayoría de las salas de estar, incluida la suya propia. Tras las famosas ventanas de cristal sin cortinas, cuando conducía hacía su casa en la oscuridad de la noche, se encontraba a sí mismo en serie en color Philips brillante, un gesticulante marioneta domestica, enmarcada en la caja.
En persona, no podía parar en una tienda de licores a por un vaso de genever (1) o comer un arenque de un puesto callejero sin causar una ligera agitación de reconocimiento. En la extendida familia de los Países Bajos, con su larga memoria característica, era lo único que se podía esperar; antes de haber sido diputado, había sido el descendiente de su padre y de su abuelo.
Pero fuera no era nadie, cosa que también era de esperar. Pocos años antes, una compañía holandesa había hecho una encuesta en Francia y Gran Bretaña y encontrado para su sorpresa que la vasta mayoría de los lectores de periódicos no podía identificar al Primer Ministro de Holanda (…) Cuestionados sobre otras figuras, la gente de más edad recordaba a la Reina Guillermina (…). Ser alguien y nadie era una ironía típicamente holandesa, en la que Van Vliet se deleitaba en el extranjero solo y no reconocido junto a un plato de callos o una andouillette en un bistró, ponderando los dichos “un pez fuera del agua” y “un gran pez en un estanque pequeño” con un melancólico encrespamiento -también típicamente holandés- de las fosas nasales, en su caso, por suerte, delicadamente delineadas.
Había estudiado la fisonomía de los Países Bajos y registrado sus expresiones como Narciso mirando en una piscina y había decidido que el ensanchamiento de las fosas nasales, llegando a inhalar a menudo en las mujeres, expresaba un humor profundo del alma nacional. Pero probablemente podría ser rastreado –parte de él era un materialista- al una vez extendido habito de aspirar rapé y a la acuosa atmosfera que había irritado los senos nasales durante siglos. No se encontraría en alemanes, incluso en aquellos de la adyacente Renania. La nariz y los conductos nasales eran el asiento de la vida mental holandesa, y la lenta admisión peristáltica de las fosas nasales, como un pensativo tracto digestivo, había sin duda sido un factor de desarrollo de la jovial estridencia de trompetilla de la voz holandesa, distinta de las guturales alemanas, ásperas desde la garganta. Igual que el idioma holandés era distinto del alemán y no, como algunos tontos insistían, un humilde primo hermano del orden del Schwyzer-dütsch(2).
(1)Genever .- La ginebra holandesa es conocida como jenever o genever y es diferente del estilo inglés, en el cual la bebida se obtiene de un destilado de cebada y en algunas ocasiones se envejece en barricas de madera. (Wikipedia)
(2)Schwyzer-dütsch .- Alemán de Suiza
Extracto de “Cannibals and Missionaries” de Mary McCarthy“Cannibals and Missionaries” fue escrita en 1979, posiblemente entonces era más raro encontrarse un holandés fuera de Holanda. La expansión del turismo ha hecho que sea inevitable encontrarse holandeses veraneando en la Costa Brava, aunque no sepamos distinguir sus voces de las guturales alemanas. De todas formas, creo que el personaje de Henk (poeta y diputado holandés) es uno de los hallazgos de la novela.
La traducción de este fragmento la he hecho yo porque lamentablemente es una novela que sólo he podido encontrar en inglés. Las fotos también las hice yo en abril del año pasado.