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Arquitectura y personajes








"Era medieval. Como una estatua gótica. Alto y refinado, con hombros que parecían mantenerse cuadrados gracias a un esfuerzo de voluntad, y cabeza un poco más inclinada hacia lo alto del nivel habitual de la visión, semejaba a esos santos exigentes que guardan los pórticos de las catedrales francesas. Bien educado, bien dotado de cuerpo e intelecto, seguía atrapado por cierto demonio que el mundo moderno conoce como egocentrismo, y al que los medievales, con visión menos precisa, veneraban como ascetismo. Una estatua gótica implica celibato, de la misma manera que otra griega implica goce, y quizá fuera eso lo que el señor Beebe quería decir."

Una habitación con vistas, E. M. Forster


"Otros setos de boj, más densos y altos, formaban un amplio óvalo recortado por nichos e interrumpido por estatuas; en el centro, dominando todo aquel espléndido panorama, se erguía la fuente, una fuente de las que uno espera encontrar en una piazza del sur de Italia; una fuente que, en efecto, fue descubierta allí hacía un siglo por un antepasado de Sebastian; descubierta, comprada, importada y reedificada en una tierra extraña aunque no hostil."
(…)
"Desde los días en que, de escolar, solía pasear en bicicleta por las parroquias cercanas a mi casa para obtener calcos de las inscripciones de bronce y fotografiar las pilas bautismales, había abrigado amor por la arquitectura y, aunque intelectualmente había realizado ese salto fácil que va desde el puritanismo de Ruskin al puritanismo de Roger Fry, en el fondo de mi corazón mis sentimientos eran insulares y medievales.
Así me convertí al barroco. Bajo aquella cúpula alta e insolente, bajo los techos artesonados, mientras paseaba por los arcos y frontones rotos hasta la sombra de las columnas, quedándome, hora tras hora, ante la fuente, interrogando a las sombras, trazando sus ecos persistentes, regocijándome con sus recargadas proezas de temeridad e inventiva, sentí como dentro de mí se desarrollaba un sistema nervioso totalmente nuevo, como si el agua que salía a chorros burbujeante de entre sus piedras fuera en verdad un manantial vivificador."

Retorno a Brideshead, Evelyn Waugh


"De hecho uno de sus planes, si Roberta se hubiera quedado en París durante las vacaciones, habría sido llevarla a Amiens, que según un libro que estaba leyendo era el Partenón del gótico. Enterarse de que era una fanática del románico fue otra sorpresa desagradable. Peter era fiel al gótico, que consideraba un descubrimiento personal, y además el hecho de que hubiera mucho en los alrededores, fácilmente accesible desde París en excursiones de ida y vuelta en un día, era para él un mérito adicional. No tenía nada en contra del románico, como lo demostraba que le gustara tanto Gislebertus, pero una chica que no sabía apreciar el gótico, probablemente tampoco apreciaría a Peter Levi, con su alta forma atenuada y sus enloquecidos vuelos."

Pájaros de América, Mary McCarthy

1 Daniel Day-Lewis en “Una habitación con vistas”
2 Catedral de Amiens
3 Museos Vaticanos (Roma) hecha por mí
4 Brideshead Revisited
5 Castle Howard
6 Piazza Navona (Roma) hecha por mí

Borromini y Bernini






El único inconveniente de aquel excéntrico Borromini era que muchas veces tenías que ver también a Bernini, su cruel rival en el mundo de entonces, a su lado, combinado con él u observándolo con desdén, como en la fuente de la Piazza Navona, donde se dice que el Nilo se cubre la cara para no tener que mirar la “inestable” fachada de Sant´Agnese, y el Plata levanta la mano tembloroso para impedir que se caiga, como esas fotos que se hacen los turistas agarrando la torre de Pisa. Peter detestaba a Bernini y le hacía la higa cuando no lo veían. Personalmente no encontraba nada que objetar en las proporciones de Sant´Agnese, salvo que la estatua de la santa señalándose el pecho con el dedo estaba colgada en un extremo de la balaustrada en lugar de en el centro: ¿Dónde estaban los otros “errores” que a Bernini le parecían tan ridículos? Compró una de esas postales de tamaño gigante y se la envió a Bob, con una flecha que señalaba la iglesia y el mensaje: “¿Qué tiene de malo esta fachada? Por favor, infórmame. Peter”.
Había empezado a comprar catálogos, postales, grandes reproducciones en papel cuché; invirtió en una historia de la arquitectura de bolsillo, en un espejito para ver los frescos de la Capilla Sixtina, en una agenda y en un diario en el que anotaba sus reflexiones. Incluso deseó tener una cámara fotográfica. O saber dibujar. Aunque antes solía censurarle a su madre que se gastara el dinero en postales y le decía que debía confiar en su memoria, se quedó muy compungido al ver que en Anderson´s sólo tenían una mísera reproducción de los maravillosos ángeles que parecen anidar en las bóvedas de San Giovanni in Laterano. Esperaba encontrar un montón de particolari donde escoger, que le recordaran, de vuelta en París, la mañana que descubrió aquel fantástico aviario de querubines y poco le faltó para desmayarse de gusto.
De no ser por Borromini, Peter no estaba seguro de que le gustara el barroco y se preguntaba si las razones por las que le gustaba no serían, para alguien como Bob, espurias: las sedosas criaturas simétricas que ponía por todos lados, de pie en los campanarios, anidadas en los techos abovedados, ocultas en los gallones, disimuladas en las columnas u observando desde los frontones. A Borromini debían de gustarle las alas, pues por lo general les ponía dos pares a sus ángeles, como pequeñas piezas de ropa, uno abierto y el otro cerrado. Y también debían de gustarle las estrellas, las plantas, las hojas, las flores, las bellotas. Peter había llegado a apreciar profundamente esa delicada manera de rimar lo cóncavo y lo convexo, que parecía ser el “lenguaje” del maestro, y el movimiento de la escayola, como si fuera una cinta, alrededor de las ventanas, que le recordaba a cuando su madre glaseaba los pasteles, el azúcar formando volutas en el cuchillo antes de ser extendida. Le parecía leer mensajes codificados de la Madre Naturaleza en las cabezas gigantes de los halcones de ojos adustos (con pechos de mujer) que coronaban los pilares del Palazzo Falconieri y en las bellotas que colgaban como pendientes en la Sapienza y en el Colegio de Propaganda Fide, perforando pequeños agujeros en la carne de piedra. El tipo debía tener un extraño sentido del humor. Sin embargo, Bob le había contado que se había suicidado.

Pájaros de América, Mary McCarthy

Mary McCarthy además de haber escrito dos libros sobre ciudades italianas, “Piedras de Florencia” y “Venecia observada” escribe prolijamente sobre Roma en “Pájaros de América”. Su protagonista Peter Levi tiene igual que yo preferencia por el gótico y obsesión por la ética (en su caso Kantiana). Cuando leí la novela me empecé por tanto a interesar por el arquitecto barroco Borromini (sin tanta pasión como Peter y sin despreciar a Bernini). Me dirigí a la biblioteca para buscar algún libro sobre él y encontré que el libro que tenían lo había escrito nada menos que Anthony Blunt. De Blunt he leído incluso la biografía porque otro de los temas en los que me ha gustado indagar desde hace muchos años son los cinco espías de Cambridge:. Más sobre ellos aquí:


Al final todos los caminos conducen a Roma.

Turismo






-¡Eso es! –exclamó Peter, levantando la vista de la pasta al burro que estaba enroscando en el tenedor-. ¡Usted lo ha dicho, señor Small! Hay una contradicción lógica en todo esto del turismo. La pescadilla que se muerde la cola. O, mejor, una paradoja. “Vaya, esto está lleno de turistas”, les oyes decir cuando miran a su alrededor en restaurantes y ven a un montón de compatriotas con tarjetas del Diners Club que podrían ser sus dobles. Una especie de rechazo indiscriminado que, si se pararan a pensarlo, debería incluirlos también a ellos. Sólo que nadie se para a pensarlo. No pueden. En su lugar, empiezas a darte razones por las que tú tienes derecho a estar allí y los demás no. Los únicos turistas que no consideras intrusos son los amantes del arte solitarios, que pueden entrar en la misma categoría que tú. Como la chica holandesa o alemana que vimos esta mañana. Pero si se multiplicara, empezaría a detestarla, supongo.
-¡Estupendo! –dijo, dándole un golpecito en el brazo-. Repite eso del Diners Club.
El restaurante empezaba a vaciarse.
-¡Oh! Lo he olvidado. Siempre oyes lo mismo, en todos los sitios. Esta mañana, por ejemplo, en la oficina de American Express, había unas mujeres hablando con la persona que estaba en el mostrador. “¿Pompeya? Pero ¿no es muy turístico?” Las vi de nuevo en la Capilla Sixtina, con un guía. ¿Y sabe la conclusión que sacaron de la bóveda? Demasiado “abarrotada”.
El señor Small acercó la oreja a la máquina.
-¡Perfecto! Sigue. No te dejes intimidar. Olvídate de la grabadora. Haz como si estuvieras hablando directamente conmigo.
-Vale. ¿No ve que en beneficio de todos, los turistas incluidos, se debería impedir o, al menos, desaconsejar el turismo en grupo? A excepción, claro, de las agencias de viaje y otros parásitos. Pero sobre todo va en beneficio del propio turismo. A los habitantes, que yo sepa, les importan menos los turistas que a los propios turistas. Y no creo que sea sólo porque se aprovechen o extraigan beneficio de ellos. Los habitantes, hasta cierto punto, desfrutan de los turistas. Les dan un poco de variedad a sus vidas.
-Sigue.
-Bueno, lo mejor de viajar es la posibilidad de estar tú solo en un lugar prístino, intacto. O con una persona que te guste mucho. ¿No es ése el principio en el que se basa la idea de la luna de miel? El año pasado, en literatura inglesa dimos un poco de las Vidas de los poetas del doctor Johnson, y ahí cuenta que Milton viajó por Italia en compañía de un ermitaño. Debió de ser una forma ideal de viajar.
El señor Small sonrió.
-¿Se ríe porque cree que no he tenido en cuenta las desventajas? ¿Las fondas asquerosas y las chinches? ¿Qué si quiero volver a eso? Bueno, supongo que no podría, mis condicionamientos me lo impedirían. Pero la gente es capaz de aguantar mucho más de lo que se cree. Piense en el servicio militar. Si un tío puede aguantar las mayores dificultades porque lo llaman a filas, debería poder soportar alguna incomodidad de cuando en cuando si de verdad desea ir a ciertos lugares; sólo por diversión. O sea, para llegar aquí me pasé prácticamente todo el viaje de tren en el pasillo, y me resultó mucho más gratificante que verme en una avión sujeto con el cinturón de seguridad. En comparación fue una aventura.
-En su día, la navegación aérea fue una aventura.
-Pues puede que entonces me hubiera gustado. Hoy en día la única aventura que uno puede tener en un avión es cuando se estrella contra una montaña. Hoy todo está del revés. Si usted quisiera tener hoy una experiencia nueva, no se montaría en el primer avión anunciado en el tablero de salidas, ¿no? No. Tendría que montarse a lomos de una mula o de un camello o subirse a un globo. Estar solo en una de estas antiguas ciudades a punto de desmoronarse es semejante a ser el primer hombre que pisa la selva virgen. O como salir de tu casa una mañana después de una gran nevada y sentir que casi te da lástima dejar las primeras huellas humanas. Mi generación no tiene experiencias de ese tipo a menudo, por eso viajamos, supongo. Ya no queda mucha naturaleza virgen, y los lugares adonde solían ir los poetas en su busca –las montañas  y la orilla del mar- son hoy lugares abarrotados de gente y de botellas vacías. De modo que llegar tú solo a una ciudad desconocida, únicamente con una guía como brújula, es el equivalente más próximo a estar solo en la Naturaleza, de la manera que los viajeros solían estar en la Era de los Descubrimientos.
Peter hizo una pausa para masticar un bocado de ensalada. No quería sonar demasiado misántropo delante de una grabadora.
-No se puede culpar a las masas de que quieran tomar el sol y bañarse y disfrutar del aire libre. Por qué ha de ser el monopolio de unos cuantos. Si los obreros y los empleados tienen vacaciones, también han de tener sitios a los que ir. Las playas deberían ser públicas, aunque se estropeen. Pero tiene que quedar algo más para explorar. Para no perder la ilusión de que estás abriendo un camino, aunque sepas que miles de personas han estado allí antes que tú.
(…)
-Si quieres a alguien, quieres estar a solas con esa persona. Pasa lo mismo con el arte. Debería haber iglesias y museos donde no tuvieras que encontrarte con hordas de turistas, donde te pudieras sentar y contemplar las obras en paz. Eso ya no se puede hacer, a no ser que te empeñes en seguir los pasos de algún chalado como Borromini, de quien el turista medio ni ha oído hablar. Si siguiera esta lógica, decidiría no ir nunca a ver las obras maestras famosas, porque es horrorosamente frustrante llegar allí y no verlas.
-Pero más o menos lo has conseguido.
Peter movió la cabeza, pensando con amargura en las enjutas, por no mencionar los lunetos.
-Sólo un poco, en realidad. Y eso haciendo alguna trampa. Mire, he oído hablar de un studiosoque va todos los días a la Capilla Sixtina; llega en un coche con chófer a las nueve en punto y se va a las nueve y cuarto. Así evita las multitudes. No querría encontrarme en su lugar. Pero, tal vez, con el tiempo también seré así: consideraré todas las posibilidades con tal de que no me quiten la parte de arte que me corresponde; sacaré tajada de mi posición. Suspiró-. ¿Cómo puede querer la paz alguien que no haya experimentado nunca una sensación de paz profunda? Y para eso uno necesita estar solo y rodeado de algo inmenso, como el mar. Un elemento más grande que tú que seguirá allí cuando tú hayas desaparecido.
-O las estrellas de esos bosques del norte del país. Universos remotos, y, sin embargo, sientes que las puedes alcanzar, que las puedes tocar.
Peter no podía negar que las estrellas comunicaban la sensación que acababa de describir. O, al menos, lo habían hecho hasta que il pallone americano se había abierto un hueco a la fuerza el en firmamento.
-Yo pensaba en Roma. Los habitantes de Roma no interfieren en tus pensamientos más de lo que lo harían los peces en el mar. Forman parte del elemento. Pero las masas de turistas no son más que basura arrojada a la ciudad por los aviones y los autocares. Los guías y los tenderos se lanzan a por ellos como gaviotas carroñeras. –Peter recordó que en aquella caja negra un Ángel Secretario estaba tomando nota de sus palabras-.Si me quiere decir que yo también formo parte de esa basura, vale, estoy de acuerdo. Participo como los demás en el deterioro del elemento. Cuando estoy en la Capilla Sixtina, odio a mis congéneres. Y esa situación es fundamentalmente mala. Cuando alguien está en presencia de la belleza debería tener pensamientos nobles. Por eso, en definitiva, me compré los tapones para los oídos. No sólo para dejar de oír a esos macabros grupos guiados, sino también para no tener malos pensamientos. “Evita la ocasión de pecar” es uno de los lemas de mi padre. Lo aprendió en los jesuitas.
-¿Aceptas la democracia, Levi?
-Siempre creí que la aceptaba. Pero hay algunas cosas que no son fáciles de dividir, como el niño en el Juicio de Salomón. He llegado a la conclusión de que las normas democráticas funcionan mejor cuando no hay demasiado dinero alrededor. Como en Atenas, si pudiéramos volver a ese punto...
-Descalzo en Atenas.
El tutor lo miró con condescendencia, y Peter le leyó el pensamiento. Ya empezaba a enfadarse.
-Pues claro, tenían esclavos y todo eso. Jefferson también los tenía. ¿Se cree que no lo se? Pero da lo mismo, la democracia, tal como yo lo veo, es algo cívico que implica cierto espacio de libertad. Esas manadas de turistas que salen en estampida hacia un mismo sitio no tienen nada de democrático. Es una especie de instinto gregario lo que los hace converger en la Capilla Sixtina, y ese instinto debería ser reconducido hacia algo más apropiado, como un estadio de fútbol.
-¿Apropiado para quién? ¿Qué te hace pensar que la Capilla Sixtina es un objetivo apropiado para ti, pero no lo es para las masas?
-Pues me parece obvio –dijo Peter, sin preocuparse de que había cambiado de táctica-. Ya vio esta mañana lo que hacía esa muchedumbre. Ni siquiera se molestaban en escuchar a los guías, por otro lado, estúpidos, que les cuentan todo al revés. La mayoría parecen muertos de aburrimiento y bostezan porque han tenido que madrugar para unirse al grupo. En lugar de mira los frescos, no paran de mirar la hora. Ese profesor que conozco me dice que pasa lo mismo en los Uffizi de Florencia en verano ¿Y sabe lo que creo? Que los turistas deberían pasar un examen para entrar a ver la Mona Lisa o La última cenao la Capilla Sixtina. Es la única manera.

Pájaros de América, Mary McCarthy

Caníbales y misioneros (Mary McCarthy)




Había escuchado hablar holandés.
Detrás de Aileen había un joven con el pelo rubio casi blanco y una mujer. Dirigió su atención hacia ellos. “¡Holandés! susurro. Aileen se volvió. “¿Y qué pasa por eso??” Van Bliet se restregó los ojos con la mano. Ningún extranjero lo entendería. Siempre le chocaba como algo curioso, casi asombroso, encontrar holandeses fuera de Holanda, donde debidamente pertenecían –como si fueran gentes de juguete salidas de una diminuta caja transparente donde vivían con su Reina y sus princesas y el Príncipe Bernard y Klaus y los tulipanes. En un poema había intentado expresar la idea de Holanda como un país imaginario, inventado por un escritor de viajes o un autor satírico convertido en narrador de cuentos para niños, en el que él mismo, pobre Henk, estaba condenado a haber nacido y a sentarse en un modelo a escala de Parlamento y a escribir desesperados versos que nadie sino otro holandés podría pronunciar o entender. Ser holandés era un cómico predicamento, más grotesco incluso que ser suizo. Ellos tenían relojes de pulsera y de cuco y queso con absurdos agujeros, en lugar de diques y molinos de viento y estrafalarios canales, pero al menos ellos tenían los Alpes como marca registrada en lugar de un país plano como el cuadro medieval del mundo, que no tenía ya credibilidad científica desde Colón y los navegantes.
Ninguna mente racional en este siglo podría creer en Holanda como un lugar real y encontrar holandeses fuera -en el mundo real- era una amenaza para la salud mental de cualquier holandés. Además, según fundamentos prácticos y también ontológicos, a Van Vliet no le importaba ser seleccionado como una pajita de un montón por desconocidos compatriotas de ojos perspicaces que tenían la ventaja de conocerle. “¡Van Vliet de Jonge! ¿Lo has visto?” la pareja detrás de él estarían diciéndose el uno al otro. En un pequeño país como Holanda, donde los principales salientes eran las antenas de televisión, era demasiado fácil ser una celebridad. Como líder de un nuevo partido a la izquierda del centro, era inevitable en la mayoría de las salas de estar, incluida la suya propia. Tras las famosas ventanas de cristal sin cortinas, cuando conducía hacía su casa en la oscuridad de la noche, se encontraba a sí mismo en serie en color Philips brillante, un gesticulante marioneta domestica, enmarcada en la caja.
En persona, no podía parar en una tienda de licores a por un vaso de genever (1) o comer un arenque de un puesto callejero sin causar una ligera agitación de reconocimiento. En la extendida familia de los Países Bajos, con su larga memoria característica, era lo único que se podía esperar; antes de haber sido diputado, había sido el descendiente de su padre y de su abuelo.
Pero fuera no era nadie, cosa que también era de esperar. Pocos años antes, una compañía holandesa había hecho una encuesta en Francia y Gran Bretaña y encontrado para su sorpresa que la vasta mayoría de los lectores de periódicos no podía identificar al Primer Ministro de Holanda (…) Cuestionados sobre otras figuras, la gente de más edad recordaba a la Reina Guillermina (…). Ser alguien y nadie era una ironía típicamente holandesa, en la que Van Vliet se deleitaba en el extranjero solo y no reconocido junto a un plato de callos o una andouillette en un bistró, ponderando los dichos “un pez fuera del agua” y “un gran pez en un estanque pequeño” con un melancólico encrespamiento -también típicamente holandés- de las fosas nasales, en su caso, por suerte, delicadamente delineadas.
Había estudiado la fisonomía de los Países Bajos y registrado sus expresiones como Narciso mirando en una piscina y había decidido que el ensanchamiento de las fosas nasales, llegando a inhalar a menudo en las mujeres, expresaba un humor profundo del alma nacional. Pero probablemente podría ser rastreado –parte de él era un materialista- al una vez extendido habito de aspirar rapé y a la acuosa atmosfera que había irritado los senos nasales durante siglos. No se encontraría en alemanes, incluso en aquellos de la adyacente Renania. La nariz y los conductos nasales eran el asiento de la vida mental holandesa, y la lenta admisión peristáltica de las fosas nasales, como un pensativo tracto digestivo, había sin duda sido un factor de desarrollo de la jovial estridencia de trompetilla de la voz holandesa, distinta de las guturales alemanas, ásperas desde la garganta. Igual que el idioma holandés era distinto del alemán y no, como algunos tontos insistían, un humilde primo hermano del orden del Schwyzer-dütsch(2).
(1)Genever .- La ginebra holandesa es conocida como jenever o genever y es diferente del estilo inglés, en el cual la bebida se obtiene de un destilado de cebada y en algunas ocasiones se envejece en barricas de madera. (Wikipedia)
(2)Schwyzer-dütsch .- Alemán de Suiza
Extracto de “Cannibals and Missionaries” de Mary McCarthy

“Cannibals and Missionaries” fue escrita en 1979, posiblemente entonces era más raro encontrarse un holandés fuera de Holanda. La expansión del turismo ha hecho que sea inevitable encontrarse holandeses veraneando en la Costa Brava, aunque no sepamos distinguir sus voces de las guturales alemanas. De todas formas, creo que el personaje de Henk (poeta y diputado holandés) es uno de los hallazgos de la novela.
La traducción de este fragmento la he hecho yo porque lamentablemente es una novela que sólo he podido encontrar en inglés. Las fotos también las hice yo en abril del año pasado.

A contracorriente (II)



Hacía cuatro años –y ella lo recordaba claramente-, las cenas constaban siempre de dos platos: empezabas con una sopa, unas ostras, un cóctel de langosta o un aguacate con salsa de Roquefort. Una entrada, algo. Pero ahora, después de varios litros de Martini-on-the-rocks (una bebida que para ella era una parvenue, al contrario del clásico Dry Martini), te sentabas directamente a comer el plato principal y único, eso cuando no tenías que ponértelo en el regazo. Nadie aludía al desaparecido primer plato; era como un pariente muerto al que no se podía mencionar.
-¿Le encuentras tú una explicación a esto, Peter? ¿Crees que habrá tenido una muerte lenta o habrá muerto de algo repentino, como un ataque?
-Lo más probable es que haya sido uno de esos casos de eutanasia. ¿Por qué no se lo preguntas a alguien, si realmente quieres saberlo?
-¿Cómo iba a hacerlo? ¿A quién? Tendría que ser a alguien que todavía lo sirviera, y al parecer debo de ser yo la única.
-Y más te valdría dejar de serlo, mamá.
-¿Por qué? –dijo ella indignada-. Siempre hemos tomado primero y segundo. ¿Por qué iba a cambiarlo? Esas mujeres tienen tanto tiempo como yo para cocinar, si no más.
-Esa es precisamente la cuestión mamá –rezongó Peter.
Odiaba cuando su madre le enviaba a pedir prestado un molde para bizcocho, una rejilla o un tamiz. Nadie tenía ya nada de eso; nadie los utilizaba.
-No te enteras, mamá. No tienes ni idea. En estados Unidos ya no se cocina. Les pones en un aprieto.
-Menuda tontería. Todas mis amigas de Nueva York cocinan.
-Nueva York no es Estados Unidos, mamá. Viejo refrán.

(…)

Tu ética está basada en el estilo, y el estilo nunca tiene que dar una razón coherente de por qué es como es. Y si alguien se pone a buscarle una razón, lo más probable es que la que encuentre sea histórica: o sea, que alguien como Luis XIV introdujo un sillón con una forma determinada que un grupo selecto reconoce. Pura contingencia.
Te daba escalofríos la idea de un pavo “de doble pechuga” porque no es el pavo clásico. Tu estilo quedaría en entredicho si te unieras al rebaño que bebe en el abrevadero de los economatos. Pero no podrás convencer a nadie de que se abstenga de utilizarlos. A no ser a aquellas personas que te quieren y desean parecerse a ti. Lo viste en Rocky Port. A tu manera, eres una persona ejemplar, pero la gente común no puede imitarte, aunque tú pienses que deberían. Es como si Mozart le dijera a Salieri: “¿Por qué no eres como yo?”.

Pájaros de América, Mary McCarthy

A contracorriente


Me gusta que mis amigos sean perfectos. No siento resentimiento por tus conchas, o porque tienes un carácter mucho mejor que el mío. Me pone feliz. ¿No existe ya nada que sea una rivalidad sana, una noble emulación, como los Juegos Olímpicos o una competición poética ¿Tiene hoy en día que estar todo envenenado?. Esta horrible vida bohemia que ves aquí, con tazas de color lila y barbas y plásticos, es una nivelación real, peor que en los suburbios, donde uno entra en franca competición con los vecinos, por tener el coche más nuevo o hacer las mejores tartas. Soy capaz de comprender esto. Yo soy así también. Pero aquí nadie compite, a no ser que se dé una oculta lucha por ver quién logra tener la casa más sórdida o dar las peores fiestas. (…)
En Juneau había una mujer loca que siempre corría por las calles en bicicleta, vestida con una especie de traje de circo, con pantalones y una chaqueta roja, y con la cara pintada de blanco y rojo. Me parece que soy ella cuando paso por la calle Mayor, aquí, con un traje normal y con medias. Todo el mundo me mira. Soy antisocial. El otro día, en el banco, una de las matronas de la localidad llegó a tirarme del brazo y a preguntarme por qué llevo medias. “Nadie las lleva aquí”, me informó.
-Siempre has sido una rebelde –Dijo Dolly-. Te pasaría lo mismo si vivieras en Scarsdale.
-No –replicó Martha-. Si viviera en Scarsdale, no me importaría lo que dijeran los vecinos. Y no pretendería reformarlos.
-¿Quieres reformar a los de aquí? –preguntó Dolly, con una sonrisa perpleja.
Martha asintió.
-Naturalmente. Intento dar un ejemplo. No es sólo vanidad, también hay un impulso de corrección. “Haz que así tu luz brille ante todos los hombres”. El colmo de mi necedad es esto. John y yo nos ponemos en ridículo con nuestros modales cuidados. Lo sé, pero no quiero renunciar. Es una forma de fanatismo. Podrán matarme, me digo con grandilocuencia, pero no lograrán que sea como ellos.

Una vida encantada, Mary Mc Carthy

Venecia (I)







Venecia, a diferencia de Roma, Rávena o la cercana Verona, no poseía en un principio nada de su propiedad. Venecia, como ciudad, era un expósito que flotaba sobre las aguas cual Moisés en su cesta entre los juncos. Por tanto, se vio forzada a ser inventiva, a robar e improvisar. La inteligencia y la capacidad de adaptación vinieron impuestas por la situación original, y el ímpetu de los primeros hombres de negocios venecianos era típico de una sociedad hecha a sí misma. La iglesia de San Marcos constituye (literalmente) un ejemplo brillante de este espíritu de iniciativa, de este don para la improvisación, para sacar provecho de todo. Está hecha de ladrillo, como la mayoría de las iglesias venecianas, pues era el material más sencillo de conseguir. Su belleza exterior obedece a los delgados revestimientos en imitación mármol con los que está recubierta la superficie del ladrillo, como si se tratara de un mueble. Buena parte de estos mármoles, como las columnas y el revestimiento interior, fueron botines de guerra, y se dispusieron casi caprichosamente, verde con gris, y éstos a su vez con rojo, rosa o blanco veteado de rojo, sin otro principio estético que el placer visual inmediato. En el lado de la Piazzetta, esto causa el mismo efecto que la pintura abstracta. Era el arte de los nuevos ricos, más afín a la pintura que a la arquitectura (como diría tal vez Herbert Spencer), y aun así «funcionaba». Los recubrimientos en imitación mármol de los laterales de San Marcos, en especial cuando son rociados por la lluvia y adquieren una textura de seda oleosa, son una de las cosas más bellas de Venecia. Y es en su misma tenuidad, en la sensación de ser una mera envoltura lustrosa, donde estriba su belleza. Un palacio de mármol recio mojado por la lluvia parece simplemente empapado.
San Marcos en su conjunto, a menos que se contemple desde la distancia o al ponerse el sol, no es hermosa. Por lo común se acepta que los mosaicos modernos (del siglo XVII) son extremadamente feos, y en mi caso tampoco me gustan algunas de las estatuas góticas de los pináculos. Los caballos, los revestimientos que imitan el mármol de colores, la Madonna bizantina de la fachada, el viejo mosaico de la izquierda, las columnas de mármol del portal, las incrustaciones en oro de la parte superior, las cinco cúpulas grises con sus extraños ornamentos, como boliches para niños: son éstos los detalles que cautivan. En cuanto al resto, es mejor no mirar de cerca o todo empieza a resultar abigarrado, un batiburrillo, como han observado numerosos críticos. El conjunto no es bello y a la vez sí lo es. Depende de la luz y de la hora del día o de si entornamos los ojos para que parezca plan, una superficie pintada. Y puede cogernos desprevenidos con su belleza o una fealdad horripilante cuando menos lo esperamos. Venecia, decía Henry James, es tan variable como una mujer nerviosa, y esto es particularmente cierto de la fachada de San Marcos.

Venecia observada, Mary McCarthy

3 Vista de San Marcos de Canaletto
1, 2, 4 y 5 capturas de Las alas de la paloma de James Ivory

Piedras de Florencia






El pueblo tenía la creencia, incluso en el presente siglo, de que en las estatuas había espíritus encerrados. La estatua de Neptuno obra de Ammannati, que está en la fontana de la Piazza Della Signoria, es conocida como “Il Biancone”, el “gran hombre blanco”, entre la gente pobre, que solía decir que era el poderoso dios del río Arno convertido en estatua por haber despreciado, como Miguel Ángel, el amor de las mujeres. Cuando a medianoche la luna llena cae sobre él, según se cuenta, cobra vida y se pasea por la Piazza conversando con las otras estatuas. El David de Miguel Ángel, antes de convertirse en estatua, era habitualmente conocido como “El gigante”. Era un gran bloque de mármol de unos cinco metros y medio de altura que Agostino di Duccio había echado a perder; singularizado por la fantasía popular, permaneció durante cuarenta años en los talleres de la catedral, hasta que Miguel Ángel convirtió al gigante en el Matador de gigantes, es decir, en una imagen patriótica del pequeño país que derrota a sus adversarios, más grandes que él. Se decía que habían sido los gigantes los constructores del gran muro de piedra etrusco de Fiesole, y en Florencia se contaban muchas historias de hermosas doncellas que habían sido convertidas en estatuas de blanco y puro mármol.

La Piazza Della Signoria evoca el mundo antiguo, más que ninguna otra plaza de Italia, no sólo por las colosales estatuas divinizadas, el David, el Neptuno (del que dijo Miguel Ángel, “Ammannato, Ammannato, che bel marmo hai rovinato”, aludiendo al estropicio perpetrado en el mármol por el inepto escultor) y el horrible Hércules y Caco, sino también por la sobria Loggia dei Lanzi, con sus tres amplios y elegantes arcos y sus apretados grupos escultóricos de bronce y mármol. Algunos de ellos son de las antiguas Grecia y Roma; otros son renacentistas; otros pertenecen al período manierista, y hay uno del siglo XIX. Y sin embargo no hay falta de armonía entre ellos; parecen todos de una pieza, una experiencia continua, una moneda periódicamente acuñada de nuevo. Evocan un mundo sanguinario. Casi todos los grupos están luchando. El Perseo de bronce de Cellini, cubierto con un casco, aparece sosteniendo en alto la cabeza chorreante de Medusa, mientras yace a sus pies su cuerpo repugnante; Hércules, obra de Giambologa, está luchando con Neso, el centauro ; Áyax hecho a imitación de un original griego del siglo IV d. C. sostiene el cadáver de Patroclo. Está también el Rapto de las Sabinas, de Giambologna; el Rapto de Polixena, de Pio Fedi (1886), y Germania conquistada, una estatua de mujer romana, una de la larga hilera de figuras de matronas romanas que ocupa la pared posterior, como un coro de plañideras. Dos leones –uno griego, el otro una copia del siglo XVI- flanquean esos grupos escultóricos, que están retorciéndose, enroscándose, hiriéndose, cayendo y expirando sobre sus imponentes pedestales. A poca distancia, en la entrada del Palazzo Vecchio, Judith, de Donatello, exhibe la cabeza de Holofornes y en el patio Sansón forcejea con un filisteo. Abajo en la plaza Cosimo I monta un caballo de bronce.
Esta plaza, dominada por el Palazzo Vecchio, la antigua sede del gobierno, posee una belleza austera y viril, que la tosquedad de alguno de los grandes grupos de mármol no menoscaba. La cruel torre del Palazzo Vecchio punza el cielo como una aguja hipodérmica de piedra; en las estatuas de abajo, las pasiones están representadas en situaciones extremas, como si la disputa y la discordia no pudieran llevarse más lejos. En cualquier otra plaza de cualquier otra ciudad, la alineación de escenas sanguinarias de la Loggia dei Lanzi (llamada así por los lanceros suizos de Cosimo I, que montaban guardia allí para espantar a los ciudadanos) crearía un efecto de terribilitá o de voluptuoso horror, pero el espíritu clásico florentino las ha puesto en fila bajo un porche de arcos refinados y perfectos (1376-1381), que parecen poner un techo o un límite a la aflicción.

Piedras de Florencia, Mary McCarthy



Foto de la Loggia dei Lanzi y capturas de Una habitación con vistas y Hannibal.

Listas (I)

La habían inscrito en Vassar al nacer y, durante toda su infancia su madre le había puesto profesores de todas las materias que uno pudiera imaginar. Helena (como decía su madre) sabía tocar el violín, el piano, la flauta y la trompeta; había sido contralto en el coro. Había estado de monitora en campamentos de verano y tenía el título de salvamento y socorrismo. Jugaba bastante bien al tenis y al golf, esquiaba y hacía patinaje artístico, además de montar a caballo, aunque nunca había saltado vallas ni cazado. Tenía un auténtico laboratorio de química, una pequeña imprenta, un juego de herramientas para la estampación en cuero, un torno de alfarería, toda suerte de guías de flores silvestres y helechos y de pájaros, una colección de mariposas montadas con alfileres en cajas de cristal, y otras de conchas marinas, de ágatas, de cuarzo y de cornalina. Todavía conservaba todos esos recuerdos educativos ordenados en los armarios de su cuartito de estar de Cleveland, que había sido su cuarto de juegos infantil; de la casa de muñecas y del resto de los juguetes se había desprendido. Podía escribir sin gran dificultad un pequeño ensayo en un estilo sostenido y conciso; sabía imitar el canto de varios pájaros y tocar las campanas y jugaba bastante bien al croquet, así como al ajedrez, a las damas, al mah-jongg, al parchís, al dominó, al scrabble, el rummy, al whist, al bridge y al cribbage. Se sabía de memoria la mayoría de los himnos de los devocionarios episcopalianos y presbiterianos. Había recibido clases de bailes de salón, de baile clásico y de claqué. Había hecho trabajo de campo en expediciones geológicas y visitado el Psiquiátrico estatal; había dormido en refugios para excursionistas y recorrido la redacción y los talleres del Dutchess County Sentinel, el periódico local de Poughkeepsie. Se había bañado en las cataratas del Parque Nacional de Washington Crossing y había asistido todos los años al teatro griego de la Bennett School de Millbrook. En la clase de Higiene del primer año, ella y Kay fueron las únicas que realmente inspeccionaron los establos de la universidad, y uno de los trabajadores había enseñado a Helena a ordeñar las vacas. Sabía distinguir entre diferentes tipos de porcelana y en su casa tenía una pequeña colección de cajitas de rapé que había empezado su madre; leía latín y griego y podía traducir los pasajes más embarazosos de Krafft-Ebing sin azorarse. Sabía francés medieval y conocía bien los lais de los trovadores provenzales, aunque no tenía un buen acento porque su madre desconfiaba de las institutrices francesas, por haber oído de casos en los que esas mujeres drogaban a los niños o los exponían a emanaciones de gas para que se quedaran dormidos pronto. En los campamentos, Helena había aprendido a navegar a vela y viejas canciones populares y cantinelas marinas, algunas de ellas bastante subidas de tono. Había recibido clases de dibujo desde los seis años, disciplina para la que estaba especialmente dotada.

El grupo, Mary McCarthy

Pájaros de América- Mary McCarthy


Lo que me interesa de las novelas de Mary McCarthy es lo que tienen de híbrido entre ensayo y novela. Además del análisis psicológico, en la narración se entremezclan constantemente ideas y observaciones sociológicas y culturales que enriquecen la lectura. La novela comienza en Estados Unidos donde Peter Levi y su madre Rosamond a la que está muy ligado veranean en una localidad costera. La madre de Peter, una artista de gustos exigentes y refinados mira con sorpresa y resentimiento los cambios que experimenta EEUU. Rosamond percibe un descenso en la calidad de vida con el consumo masificado y el devenir de la comida rápida.
Peter viaja a París para estudiar francés y de paso posponer su alistamiento en el ejército que podría conllevar su envío a Vietnam. Es un admirador de Kant y está decidido a seguir su imperativo categórico, “actúa como si tu máxima pudiera ser considerada ley universal”, es decir, siempre se pregunta cómo sería el mundo si todos se comportaran como él. Esta filosofía llevada a la práctica presenta no pocas complicaciones y Peter se enfrenta a menudo a dilemas morales incluso en temas aparentemente poco importantes como dar o no dar propinas.
Su traslado a París le hace consciente de lo imitativo del comportamiento humano. Las costumbres que piensa son universales resultan no serlo tanto y tiene que vigilar su comportamiento para no molestar. Los militares americanos destinados en bases en Europa no tienen ese problema porque viven en su propia burbuja. Su estilo de vida es completamente americano, representado por el economato militar en el que compran absolutamente todo. Peter acude a la cena de Acción de Gracias en casa de un general americano y se produce una discusión sobre la guerra de Vietnam. No se trata de un tema de actualidad, pero los argumentos que se dan podrían servir también para discutir guerras actuales.


Peter conoce a un italiano, Bonfante, que escribe una columna sobre economía en un periódico. Bonfante no tiene mucho dinero y él y su familia viven de forma bastante sencilla. En las discusiones de los dos se tratan temas ecológicos que creo que serían avanzados para la época. Bonfante tiene muy buena opinión del progreso técnico, pero Peter ve el peligro inherente a estos avances, como los detergentes que contaminan comparados con el jabón tradicional o lo que los fertilizantes químicos hacen a la tierra. Peter también mantiene discusiones con su tutor, el señor Small, con el que confronta sus teorías porque a Peter "Algún hada mala, viendo que tenía la cabeza desocupada, debía de haberle impuesto la horripilante tarea de buscar una solución para todas las aflicciones humanas". Tanto Bonfante como el señor Small tienen una visión optimista del futuro aunque desde ideologías diferentes, comunista y capitalista respectivamente. Es curioso comprobar que las profecías que hacían Bonfante y el Sr. Small en los años 60 se han demostrado erradas por ej. que las maquinas sustituirían a los barrenderos (Bonfante) o que los miserables guettos de las ciudades desaparecerían gracias al capitalismo (Sr. Small), nada de eso ha ocurrido de momento. En la parte final de la novela, Peter y el Sr. Small mantienen una interesante discusión sobre el turismo masificado que Peter aborrece.
Entre los intereses de Peter están la ornitología y el arte. No comparto su interés por los pájaros, pero me resultan interesantes sus observaciones sobre arte. Ambos tenemos preferencia por el gótico. Peter visita la Basílica de St Denis, pero lamenta no haber podido visitar el coro, no por las tumbas de los reyes franceses, sino por el coro gótico original del Abbé Suger. Las fotos las hice yo en París el pasado abril, la segunda está hecha en St. Denis. Me gustó mucho cómo los colores de las vidrieras se reflejaban en el mármol blanco de las tumbas de los reyes franceses.

Ivory en París (I)


James Ivory es un amante de París y ha situado allí varias de sus películas como “La hija de un soldado nunca llora” y “Le Divorce”. Estas películas aunque por lo general no están muy bien consideradas por la crítica me parecen muy interesantes, especialmente “La hija de un soldado nunca llora” protagonizada por Kris Kristofferson y Leelee Sobieski.
Basada en la novela semi-autobiográfica del mismo título escrita por Kaylie Jones hija de James Jones (autor de la trilogía sobre la Segunda Guerra Mundial que incluye: “De aquí a la eternidad”, “La delgada línea roja” y “Whistle”). Este hecho basto para que me interesara por la película porque “De aquí a la eternidad” es una de mis películas clásicas favoritas.
La película no gira en torno a una trama, sino que se divide en historias independientes que tienen lugar durante la evolución de la niñez a la adolescencia de Channe Willis (Kaylie Jones). Las primeras dos partes se desarrollan en Paris en los años 60-70 y la última en EEUU en los años 70.
La primera parte “Billy” me recordó a la novela "Pájaros de América” de Mary McCarthy porque esta fue amiga de James Jones. Además se muestra la comunidad americana liberal de París de la que también se habla en “Pájaros de América”. Los Willis hacen fiestas con partidas de póquer con otros americanos, pero no parecen mezclarse mucho con la población local. Los padres de Channe hablan un francés no muy bueno a pesar de que estos llevan años viviendo allí. Esta parte se centra en la adopción de Billy, hijo de una madre soltera adolescente, (Virginie Ledoyen que hace una breve aparición). Channe se resiente por la llegada del nuevo hermano que a su vez desconfía (posiblemente por experiencias pasadas) y no cree que se va a quedar con la familia para siempre. Otros pequeños sucesos cobran su importancia al ser contemplados desde la mirada infantil.
En la segunda parte “Francis” se desarrolla la amistad de Channe con Francis Fortescue, un singular personaje algo marginado por su afeminamiento. Francis canta opera, es aficionado a las marionetas y dice de su madre (Jane Birkin), que es existencialista. A destacar la representación de la opera “Salome” con estética de los 70. Channe le aprecia mucho, pero al entrar en la adolescencia se siente a veces avergonzada porque quiere ser aceptada y acudir a fiestas a las que el no es invitado.
La tercera y última parte “Daddy” es sobre la relación más importante para Channe, la que tiene con su padre. Los Willis vuelven a Estados Unidos debido al estado de salud de Bill Willis. Billy y Channe tienen dificultades para adaptarse a su nuevo ambiente, a esto se suma la grave enfermedad del padre. Kaylie Jones dijo que se había dulcificado a sus padres en la película al soslayarse el mal genio de él y la excesiva afición al alcohol de los dos. A pesar de ello, creo que la imagen que me queda de James Jones es positiva. Su relación con sus hijos es abierta y liberal y parece que fue un hombre bastante honesto y decente